Día 11: El precio

Estoy acostumbrada a responder sin importar la dificultad de la pregunta, de forma inmediata, sin pudor, casi con altanería. Me enorgullece saber respuestas, hasta podría decir que me excita poner en jaque con ideas traviesas, rodeos semánticos y deformaciones poéticas. Soy un ingenioso cerebrito, cultivado en retórica que sabe manipular las normas para herir con el castigo de la ley. Las palabras son mi mejor arsenal y las acomodo tan rápidamente dentro de mi cabeza que puede glorificarme en una sola frase. Sí, soy sumamente soberbia, llevo años coleccionando sabiduría y siendo la primera de la clase. Mi mente ágil es una estrella en mi propio cielo.


Hablar y escribir es un trabajo depurado. 
Sé que la persistencia es más fuerte que el destino y por ello, día a día sigo trabajando. Además tengo una memoria asquerosa, puedo recordar nombres, fechas, caras, olores y todas las características de casi cualquier cosa, por ello mis ex jefes siempre me tenía cerca. Mi memoria podía almacenar más de 100 expediente y decir, número y situación procesal con sólo preguntarme. Creo que mi coeficiente intelectual es arriba de imbécil y salvo cuando me enamoro, soy brillante.
Pero hoy Vanessa me preguntó: 
- ¿Cuál es tu precio? Sí, ¿cuánto vale tu día de trabajo?

Todo eso que tienes en la cabeza y en tu celular a disiposición de un tercero por…, ha sido la duda que me ha tenido toda la tarde pensando. Así, mi mente se convirtió en un campo minado. Me miré como un islote indeciso, bajé la guardia y apareció el miedo feroz a ponerme un precio. Es fácil lo que esta tazado, pero lo inmaterial, como el talento, ¿cuánto cuesta?

¡Si no quieres ser como los demás, dilo sin rubor! 
Es mi mantra desde la tarde, mientras me convenzo de llenar una cotización donde me pongo un precio. Y tú, ¿tienes un precio tazado?

P.D. Te doy permiso de observarme 366 días en mi camino por ser emprendedora. Va la canción que escucho mientras escribo, sí, me reclamaron que había faltado. ¡¡Los amo!!

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