Confieso soy víctima del
nihilismo y babeo nostalgia mientras sonrío con la ambición ciega que tienen
los soñadores, al recordar. Ser emprendedora es tener un o una cómplice. Y en
estos casi 5 años he podido compartir momentos mágicos con personas que facilitan
mi camino a la redención.
Sí, sé que ayer dije que era
brillante, pero la verdad, es que me equivoco con cosas simples como los
acentos o el uso de la “h”, no siempre digo cosas complejas y desafiantes, ni
tengo un
equilibrio mental sobresaliente (recuerden lo que les dije de mi madre). Así
que de cada uno aprendí algo, desde hacer smoothie o arroz de coliflor, hasta
levantarme de una entrevista e irme cuando alguien me falta al respeto: el
coraje no es ornamentarío.
Me
encanta haber crecido entre sus diferencias y como camaleón reconstruirme día a
día: hacerme fuerte.
Risas,
planes y castillo en el aire aderezados de buenos ratos mientras bailan las
ideas tomando café, es una escena que se multiplica en un cielo quieto, hacinado por el arrullo de las nubes, a lado de los amigos.
A
cada uno lo honro aunque el temor mezquino y la periferia del ruido, separe. A
veces perdemos la brújula. Todos tenemos derecho aislarnos y hacer un voto de
silencio.
Hilos
que se enredan entre sí para deletrear que llegué tarde: pudimos haber sido…
Por
eso reencontrar a Vanessa me hace tanto bien.
Tintinea
una posibilidad y aunque la he vivido antes, la brevedad de la belleza o la
belleza de la brevedad me hace intentarlo una vez más.
Gracias
por estar del otro lado del whatsapp.
Sigamos
trabajando.
Quizás te interese ver
Día 1: Diario de una emprendedora
Día 2: La pared
Muchos días después
Intermedio: Los secretos
Día 10: Rendirse
P.D.
Te doy permiso de observarme 366 días en mi camino por ser emprendedora. Va la
canción del post.
¡¡Los amo!!
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