Me levanto con la idea de una guerra perdida en
medio de un ataque de estornudos. El deterioro en la esperanza hace mella en mi
salud o mi cuerpo no soporta la sobredosis de realidad: camino sola, muy sola.
El silencio de la madrugada me recuerda el exilio por aferrarme a querer
cambiar el mundo. Mi soliloquio es un ser imaginario autodestructivo: fabrica y
lúbrica una memoria para no hacerla borrosa, pero la persistencia del cotidiano
fallar no puede negarse, es la regla y detrás de ella, no hay nada. Entrar en
esa constante da la sensación de orfandad, pues las efervecientes migajas son
una forma fácil para clasificar y poner nombre a la manera de actuar, tiene
efectos caprichosos: hiere, duele.
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